Antes de que me reprochéis, y con razón, solo haberme quedado un día en Lanzarote, debo decir en mi defensa que mis vacaciones eran en Fuerteventura y decidí, desde ahí, darme una escapadita a la isla contigua. El viaje en ferry solo duró unos 20 minutos , así que por eso y por todo lo que ví, me valió con creces la pena.
También debo achacarle gran parte de la culpa a mi amigo Gonzalo, a quien conozco desde mis años universitarios en Venezuela y quien, desde hace muchos, vive en en la isla. Él se encargó de llevarme a recorrer los sitios más emblemáticos de Lanzarote. Diez horas fueron más que suficientes para quedarme enamorada de este paraíso y para comprometerme a volver pero con mucho más tiempo. Así podré conocer también los recovecos con encanto que me perdí en mi primera visita. Y como no todo el mundo tiene la suerte de tener a un “amigo Gonzalo” para que haga las veces de guía, aquí os presento los sitios que conocí en mi visita relámpago.

Parque Nacional de Timanfaya: un verdadero espectáculo sensorial que los dioses han creado para goce de todos nuestros sentidos. El contraste producido por el rojo, el negro y el amarillo de la lava que se formó como consecuencia de las erupciones de 1730; los vapores que se despiden en ciertos sectores a propósito de la actividad volcánica que aún existe, y el aire que revolotea con fuerza entre los surcos que separan las montañas te elevan a un estado de conciencia único. El paisaje del Timanfaya te dejará sin aliento y con una imagen que difícilmente volverás a presenciar en alguna otra parte.
El recorrido del Parque se hace en “guagua”. No hay paradas. No existe la posibilidad de caminar en él, y ésa sin duda fue la parte que más eché de menos. El autobús va con los cristales cerrados y ni una mano puedes sacar para sentir el paisaje que estás viendo. Por otra parte, hay que decir que el hecho de ser considerado Reserva de la Biosfera por la UNESCO, tiene que mucho que ver en las reglas que se han impuesto y cuya única finalidad es la de proteger al máximo la conservación del parque. Por supuesto, no me atrevería a criticar dichas acciones, pero no pude evitar echar en falta la posibilidad de moverme un poco más a mi aire, tal y como pudimos hacer en la caldera de Santorini, por ejemplo.
Únicamente pudimos bajar en el sitio donde tomaríamos el autobús de vuelta a la entrada del parque. En este punto se encuentra el Restaurante El Diablo, curioso por la manera en la que cocinan las carnes, y no es otra que la del calor intenso que se genera por la actividad del volcán.En esta oportunidad, y por la hora tempranera en la que fui, no pude probarlas, pero para la próxima, no dudaré en ir a comer ahí.



A continuación, me dirigí al Centro de Interpretación que está a unos 3 Km aproximadamente. La entrada a este centro es gratis y no está nada mal para ampliar la información sobre el origen del Timanfaya.

Después del Timanfaya nos dirigimos a El Golfo, donde se encuentra el Lago Verde. Pero verde, verde. Su tonalidad se debe a la acumulación de organismos vegetales que habitan en la superficie.

Muy cerquita de ahí encontrarás Los Hervideros: una auténtica maravilla de la naturaleza debido a su peculiar morfología. Una vez más, el paisaje volcánico se impone pero esta vez muy cerquita del mar creando una especie de cuevas submarinas generadas a partir del enfriamiento sistemático de la lava al entrar en contacto con el agua del mar. Eso, aunado a la erosión provocada por el fuerte golpeteo de las olas, nos ha dejado una estampa espectacular y salvaje. La prueba del espíritu indomable del agua que ha sabido interponerse a la furia de la lava que amenazaba con sepultar toda la isla.



Llegada la hora de comer, nos fuimos a la parte norte de la isla. En la zona de Arrieta, hay una línea de pequeños restaurantes que ofrecen una carta a base de pescado fresco y con unas estupendas vistas al mar. Gonzalo escogió La Nasa, y no sé si todos son así, pero en éste la comida estaba exquisita, el pescado fresquísimo y la atención de sus dueños, inmejorable. De solo ver la foto, ya se me hace agua la boca…
A continuación, fuimos al punto más septentrional de la isla, ahí donde se encuentran los Jameos del Agua. Una auténtica joya arquitéctonica cuyo mérito indudable recae en Cesar Mánrique: pintor, escultor, arquitecto y artista sin el que sería imposible concebir Lanzarote tal y como es hoy en día. Si hay algo que destacar de Manrique es la consecusión de la armonía entre el arte y la naturaleza, sin que esta última saliese apenas perjudicada o afectada.
Los Jameos del Agua, por su parte, constituyen su opera prima. Creados a partir e una serie de jameos naturales, localizados en el interior de un túnel volcánico, Manrique da vida al lugar perfecto, desde un punto de vista artístico, para contemplar la naturaleza del entorno. Es un sitio fascinante, donde los colores se fusionan con el ambiente.Y por si fuera poco, también alberga un auditorio con una acústica natural excepcional.
Siguiendo el mismo túnel volcánico de los Jameos del Agua, se encuentra la Cueva de los Verdes. Recorrer un kilómetro de esa cueva significa entrar hasta las mismas entrañas de la tierra. Los colores de sus bóvedas y paredes son las protagonistas de este paso al inframundo. Una hora de visita guiada nos sumergirá en el origen de este inmenso túnel, provovado por la erupción del Volcán de la Corona,cuya longitud es de siete kilómetros y cuyo recorrido se prolonga bajo el mar durante unos 1500 metros formando así, el túnel de lava más largo del mundo, mejor conocido como el Túnel de la Atlántida.
Debido a la falta de luz, las fotos de la Cueva que tengo no reflejan la belleza de su interior.


Para terminar nuestra visita exprés, nos fuimos al Mirador del Río, obra del ya mencionado Cesar Manrique y desde donde se pueden obtener las mejores vistas de la Isla la Graciosa. ¡Un verdadero espectáculo!


Para haber sido solo unas cuantas horas, creo haberlas aprovechado muy bien. De todas maneras, no cabe duda de que Lanzarote se merece no una sino muchas visitas más.