Parte I: Conversatorio
Con un: “mucho gusto, Yordano di Marzo”, se presenta Ilan al primer periodista que lo aguarda en el Restaurante La Cuchara de Madrid. Las primeras risas de los asistentes no se dejan esperar. Luego, continúa su paso tranquilo y sosegado por el local. Saluda a todos con dos besos. Se para, habla, conversa, sin prisa, como si nadie lo esperara después del conversatorio que está por comenzar. Se sienta presidiendo la mesa y casi sin que nadie le pregunte nada, comienza a hablar. Habla distendido, como quien se reúne en casa con unos cuantos amigos. No hay lineamientos, explica por qué llegó tarde: un coche accidentado había ralentizado el tráfico. Y ya con este escenario del coche accidentado, Ilan con esa imagen del Ávila con la que irremediablemente lo asociamos y lo asociaremos siempre y un guarapo de papelón en mano, nos trasladamos durante 90 minutos a esa Venezuela bonita que tanto echamos de menos.
De pronto, interrumpe la moderadora para poner “orden en la pea” y comenzar la ronda de preguntas como corresponde. Empezamos, como siempre, presentándonos y haciendo una pregunta cada uno. En el caso de Ilan, las preguntas prácticamente sobraban, con una sola era suficiente para dar rienda suelta a un discurso delicioso, en el que fusionaba jocosidad y espiritualidad con maestría. Justamente esa maestría es la protagonista de su gira titulada “El Musiú”. Pero ya de eso hablaremos un poquito más adelante. Mientras, nos quedamos disfrutando de Ilan en privado.
Lo que me llamó más la atención de su forma de responder fue la profundidad y la generosidad de sus respuestas. Daba igual cuán directa fuera la pregunta, su respuesta iba siempre serpenteando a través de la filosofía hindú, dando un mensaje mucho más profundo del que la interrogante requería. Pero ojo, no nos confundamos, ni pensemos que era una estrategia para divagar o para evadir, al final, siempre retomaba el núcleo de la pregunta y contestaba.
Como es de esperarse, también hubo preguntas relacionadas con la situación de Venezuela, y una vez más sus respuestas trascendieron el hecho y las llevó al plano más espiritual. Para Ilan, nuestras almas no pertenecen a este universo material, sino a un universo espiritual perfecto. Es decir, y como el mismo lo plantea: “en esta vida nací blanco, judío pero me hice Hare Krisna, músico (…) pero en la próxima vida podría nacer en otro sitio y con otras características. Todo tiene que ver con el karma”. La entrevista, más que eso, se convirtió en una un especie de terapia para todos los presentes. Su tono calmado y templado nos hizo sentir que la situación de Venezuela no es más que un momento que nos ha tocado vivir y que todo es temporal.
También en el conversatorio nos iba dejando perlitas de lo que descubrí después, sería parte de su espectáculo. Nos fue dibujando un poco cómo había sido su vida y cómo se ha ido transformando hasta lo que hoy es.
Parte II: “Concierto”
Una larga fila de venezolanos se empieza a formar en la entrada que da acceso al auditorio del Centro Cultural de Sanchinarro. Hacía media hora que deberíamos haber entrado pero seguíamos afuera. A las 18.35 se acerca quien sería la presentadora del concierto y nos explica que ha surgido un imprevisto con un conector y han ido a comprarlo. Según parece, la sala se la habían dado poco tiempo antes del concierto y las pruebas de sonido no se efectuaron como correspondía. 18.50: abren las puertas y nos dan sala. 19.00: una hora después de lo pautado, comienza el “concierto”, así, con comillas.
El telón rojo está abierto, solo está el teclado de Ilan y por un momento piensas: ¿de verdad esto va a ser el concierto, nada más? Inmediatamente aparece el cantante diciendo: “yo pensaba que eso del pato y la guacharaca era solo en Venezuela, pero ya veo que es un tema internacional”. Las carcajadas de la gente hicieron lo propio, mientras el “músico de Venezuela” reiteraba una y otra vez sus disculpas por el retraso.
Acto seguido, comienza a relatarnos un poco los inicios no de su vida musical, sino de su vida en general desde su nacimiento en Tel Aviv en 1952. Cuenta como a la edad de un año su familia (padre austriaco y madra checa) emigró a Venezuela. Cuenta, cuenta y cuenta, y mientras, no paro de reír. Sigo sin entender de qué va el concierto. ¿Dónde estaban los músicos? En medio de la primera parte de la historia de su vida, interpreta las canciones francesas que le gustaban a su padre, la canción que con tan solo siete años le compuso al profeta Elías, maravillosa por cierto, y sigue contando. Por fin, se me cayó la locha y entendí que estaba frente a una presentación que distaba mucho de ser un concierto tradicional. Era Ilan contando y cantando sus ya 63 años de vida de una manera excepcional.
Durante dos horas y media, que parecen demasiado pero que se me fueron volando, el público pasaba de la risa al llanto en fracciones de segundos. Jamás habría imaginado que el más místico de la generación de artistas venezolanos de los 80-90 fuera tan extraordinariamente ocurrente y divertido. La nota nostálgica la marcaban sus canciones, ni más ni menos. En ningún momento el cantante hizo el intento de llamar a la tristeza. Era la música en sí misma que movía las fibras de cada uno de manera diferente, supongo.
En mi caso, como cuando la mayoría de sus canciones estaban en pleno apogeo yo era aún muy niña, ningún recuerdo de algún amor perdido en el camino lleva la impronta de Ilan Chester. Sin embargo, como todos sabemos, sus interpretaciones no se quedaron en esas décadas, sino que perduraron en el tiempo hasta nuestros días. Mi llanto, profundo y casi doloroso, es producto de la nostalgia de ese tiempo: de cuando éramos felices y quizás no lo sabíamos. Muchos sentimientos encontrados en un solo instante. Seguramente será porque este tema de la emigración, con sus causas y sus consecuencias, nos tiene el alma echa un lío y los sentimientos a flor de piel.
Gracias Ilan por tan divertido/emotivo espectáculo. Y a ustedes que me leen, si les pilla este “concierto” en alguna ciudad cercana, no se lo pueden perder. Es una inversión más que garantizada.